Encuentros de porteo y autocuidado: un testimonio para encontrar equilibrio emocional
Sentarse a recordar las primeras semanas con mi bebé es volver a respirar el ritmo lento que impone la crianza. Durante ese tiempo descubrí que el porteo no solo es una técnica práctica para llevar a mi bebé cerca; fue también una puerta hacia mi propio autocuidado. En este testimonio comparto cómo aprendí a equilibrar mis emociones, a reconocer mis límites y a transformar el contacto físico en una rutina sostén tanto para mi como para mi hijo.
El inicio: miedo, torpeza y la necesidad de cercanía
Cuando nació mi bebé, venían conmigo muchas preguntas: ¿cómo voy a dormir? ¿cómo recupero mi tiempo? ¿cómo atender mis propias emociones sin dejar de cuidar a este pequeño ser? En esos días aprendí que el porteo nos ofrecía una respuesta sencilla y potente: la cercanía inmediata. Poner al bebé en un fular era, para ambos, una señal de seguridad. Sin embargo, más allá de la comodidad física, surgió una inquietud que no esperaba: seguir cerca de mi hijo me obligaba a enfrentar mis propias emociones, y eso fue el comienzo de mi camino hacia el autocuidado.
Descubrir el ritmo propio
Al llevarlo pegado a mi pecho durante ratos cortos, noté que mi respiración se sincronizaba con la suya. Ese sincronizarse fue un aprendizaje: entender que no tenía que recuperar la vida de antes de inmediato, sino encontrar un nuevo ritmo, uno que incluyera pausas y momentos para mí. Aprender a decir "no" a compromisos innecesarios, a reducir la velocidad, fue tan importante como aprender a ajustar el nudo del fular. El equilibrio emocional nace de pequeñas decisiones diarias y del permiso para ser imperfecta.
El autocuidado no es egoísmo: es la base desde la que cuidas mejor. Estar bien tú, permite que tu bebé esté mejor.
Rituales que sostienen: el fular como aliado
Con el tiempo, el fular se convirtió en un ritual. No era solo una herramienta para trasladar a mi bebé; era un espacio de calma que nos permitía salir, hacer cosas pequeñas y sentirnos conectados. En las caminatas diarias, en la espera de una fila, en la casa mientras hacía tareas, el porteo me enseñó a crear instantes de cuidado compartido. A menudo buscaba información y reflexiones, y encontré recursos que me ayudaron a bajar el ritmo y a priorizar la conexión. Por ejemplo, una lectura que me marcó fue Crianza sin prisa: el fular como herramienta para bajar el ritmo, que me ofreció estrategias prácticas y una invitación a desacelerar.
Vínculo, contacto y regulación emocional
El contacto piel con piel y la cercanía constante favorecieron más que un sueño reparador: promovieron la regulación emocional. Cuando mi bebé se alteraba, colocarlo en el fular hacía que su respiración y su llanto se calmaran de forma más rápida. Para mí, ese acto repetido fue un espejo: si yo me mantenía tranquila, su calma era más accesible. Aprendí técnicas sencillas de respiración y anclaje que hacía con el bebé en el pecho, uniendo así porteo y autocuidado en una práctica cotidiana.
Reconocer y pedir ayuda
Parte de encontrar equilibrio fue reconocer que necesitaba apoyo. Hablar con amigas, con mi pareja y con profesionales me permitió descargar la tensión acumulada. Pedir ayuda no disminuyó mi capacidad de cuidar; al contrario, multiplicó mi energía. Encontrar grupos de crianza y testimonios ajenos fue clave. Entre esas lecturas que me acompañaron, recuerdo la que titulaba Historias que unen: el vínculo piel a piel en momentos difíciles, donde diversas madres relataban cómo el contacto corporal fue un sostén en situaciones de miedo o estrés.
Prácticas concretas de autocuidado dentro del porteo
Compartir estrategias prácticas puede ayudar a otras madres y padres que, como yo, buscan equilibrio. Aquí algunas prácticas que integré:
- Respiraciones conscientes: cinco minutos antes y durante trayectos cortos, enfocarme en inspirar y exhalar lenta y profundamente. Esto disminuía mi nivel de ansiedad y se transmitía al bebé.
- Pausas programadas: permitir espacios de 20-30 minutos cada pocas horas para tomar agua, comer algo nutritivo o simplemente sentarme sin hacer nada.
- Movimiento suave: caminar en círculos cortos o balancearme al ritmo de la respiración del bebé—movimiento y contacto ayudan a liberar tensión.
- Señales de detención: reconocer signos tempranos de saturación (irritabilidad, pensamientos repetitivos) y actuar: dejar al bebé en un espacio seguro y tomar un respiro acompañado si es necesario.
Conexión emocional: escuchar y responder
El porteo me enseñó a escuchar mejor. No solo sonidos: eran pequeñas señales corporales, movimientos y gestos que antes podía pasar por alto. Responder a esas señales con ternura fortaleció nuestro vínculo y me dio confianza. Saber que mi cercanía era una base segura me permitió, simultáneamente, crear espacios para mi propio descanso emocional.
Cuando la cercanía es segura, el mundo se vuelve menos amenazante para el bebé —y también para la madre.
Respetar límites y expectativas reales
Uno de los grandes aprendizajes fue soltar expectativas irreales de productividad. La maternidad y la paternidad conllevan una curva de adaptación; aceptar que algunos días serían menos productivos me liberó de culpas innecesarias. El autocuidado implicó redefinir mi concepto de "avance": ahora valoraba más un rato de calma compartida que una lista de tareas completada. Esto también fortaleció la relación con mi pareja, al poder dialogar sobre lo que cada uno necesita en términos de descanso y apoyo.
Qué hacer cuando el agotamiento aparece
El agotamiento puede aparecer incluso con prácticas de autocuidado. Cuando sentí que la fatiga me vencía, recurrí a pequeños cambios: delegar tareas, pedir ayuda profesional y limitar las redes sociales que comparaban la crianza idealizada. También reconocí la necesidad de revisar hábitos de sueño y alimentación. En esos momentos, volver al contacto piel a piel fue una herramienta potente para recalibrar las emociones.
Lecciones que la experiencia me dejó
Si pudiera sintetizar este proceso en lecciones, serían estas:
- El porteo es una vía de encuentro que nutre tanto al bebé como al cuidador.
- El autocuidado no compite con la crianza; la potencia.
- Pedir ayuda y compartir experiencias es una estrategia de supervivencia emocional.
- Las prácticas sencillas y repetidas (respirar, pausar, conectar) construyen equilibrio a largo plazo.
Invitación final
Si estás en el inicio de este camino, te invito a experimentar con ternura: prueba el porteo como una herramienta para el vínculo y como un espacio donde puedes cuidar de ti. Busca relatos y recursos que te acompañen, comparte con otras personas y permite que el ritmo de la crianza marque su propio tiempo. Si te interesa profundizar, puedes acercarte a lecturas y experiencias como Crianza sin prisa: el fular como herramienta para bajar el ritmo y Historias que unen: el vínculo piel a piel en momentos difíciles, que ofrecen perspectivas prácticas y testimonios que reconfortan.
En este trayecto no hay fórmulas únicas. Hay intenciones: la intención de acercarse, de escuchar y de cuidarse. Con cada abrazo en el fular, con cada pausa consciente, vas tejiendo una crianza que respeta el cuerpo y las emociones de ambos. Esa es, para mí, la definición más clara de equilibrio emocional: un cuidado que incluye al otro sin olvidarte a ti.
Para quienes desean profundizar en estos beneficios y conocer más historias de porteo y crianza consciente, los artículos Crianza sin prisa: el fular y Historias que unen: el vínculo piel a piel en momentos difíciles
