Crianza compartida: el lazo que transforma los primeros años
Historia de un hogar donde ambos padres portean
Cuando nos convertimos en padres, sabíamos que queríamos hacer las cosas de forma distinta. Queríamos que nuestra hija creciera rodeada de amor, pero también de equidad. Desde el comienzo, decidimos apostar por la crianza compartida, no solo como un ideal, sino como una práctica cotidiana. Y fue el porteo el que nos enseñó una nueva manera de construir vínculos, desde el cuerpo, desde la cercanía, desde el tiempo real compartido.
El porteo fue nuestro aliado. Descubrimos que sostener a nuestra hija no solo era una necesidad física, sino una oportunidad emocional. Ella no solo era llevada, era contenida, escuchada, acompañada. Y nosotros, como padres, crecimos junto a ella. Aprendimos a turnarnos, a observar, a respetar los ritmos del otro, a cooperar. Así fue como el porteo se convirtió en el corazón de nuestra crianza en equipo.
El comienzo: expectativas, miedos y decisiones
Durante el embarazo, como muchas parejas primerizas, nos inundaron las dudas. ¿Estaríamos listos? ¿Cómo dividiríamos las tareas? ¿Cómo sería el equilibrio entre trabajo, hogar y crianza? En medio de estas preguntas, nos topamos con el concepto de porteo ergonómico, y fue como si todo cobrara sentido. Nos atrajo la idea de mantener a nuestra bebé cerca, de atender sus necesidades sin desconectarnos de las nuestras.
Leímos, buscamos referencias, tomamos una asesoría con Kangutingo, y elegimos nuestros primeros fulares. La experiencia fue tan reveladora que pronto ambos empezamos a portear. Al vernos reflejados en historias como “Lo que el porteo me enseñó sobre ser papá”, supimos que no estábamos solos.
La crianza compartida comienza con el compromiso mutuo de estar presentes, no solo físicamente, sino emocional y afectivamente, desde el primer día.
Porteo en pareja: una coreografía de cuidado
En nuestro hogar, el porteo se convirtió en una danza. Un día lo hacía mamá, al siguiente papá. A veces ambos, en diferentes momentos, creando una rutina flexible pero profundamente conectada. Nuestra hija sabía que podía descansar sobre cualquier pecho, que el consuelo no venía de una sola figura, sino de ambas.
Esa práctica cotidiana nos permitió crear un vínculo igualitario. No había un rol principal y otro secundario. Había dos personas activamente involucradas en la crianza. A través del contacto constante, no solo ella crecía segura, también nosotros crecíamos como pareja y como padres.
Portear no es cargar: es construir confianza, es sostener emocionalmente, es decir “te veo, te escucho, estoy contigo”, sin palabras.
El impacto del porteo en nuestra hija
Desde que nació, nuestra hija fue porteada cada día. En caminatas, en casa mientras cocinábamos, cuando necesitaba consuelo, al dormir. El apego seguro que desarrollamos se notó rápidamente. Era una bebé tranquila, con buen descanso, con un desarrollo emocional sólido. Su mundo se construyó sobre la base de la cercanía. Sabía que siempre habría brazos disponibles para ella.
Y lo más hermoso fue ver cómo respondía a cada uno de nosotros con la misma confianza. No había una figura principal, sino un equipo de cuidado que funcionaba con armonía. Su bienestar era el reflejo de esa presencia compartida.
Desmitificando roles: papás que también sostienen
Uno de los grandes aprendizajes de este proceso fue romper con los estereotipos. Aún hoy, muchas veces escuchamos frases como “qué buen papá, te ayuda mucho”, como si cuidar fuera una concesión. Pero en nuestro hogar, cuidar es parte del rol de ser padre.
Mi pareja porteaba con naturalidad y yo también. Cada quien tuvo que aprender, adaptar su cuerpo, ensayar nudos, superar miedos. Pero al final, lo que importaba era que los tres estábamos juntos en esto. Inspirados por historias como la de “Criando con amor, sosteniendo con firmeza”, reafirmamos la importancia de una crianza activa y presente.
La paternidad no es una ayuda. Es una presencia activa, constante y amorosa. El porteo nos recuerda eso todos los días.
Los desafíos de criar en equipo
Por supuesto, no todo fue fácil. Hubo noches sin dormir, momentos de cansancio extremo, discusiones sobre quién porteó más o quién necesitaba descansar. Pero incluso en esos momentos, el porteo fue una herramienta. Nos obligó a comunicarnos, a organizarnos mejor, a pensar como equipo.
Nos dimos cuenta de que no se trata de hacer todo al 50%, sino de ser flexibles, de ceder, de apoyar cuando el otro no puede. Y que criar juntos no significa hacerlo igual, sino complementarse. Yo solía usar el fular más apretado; ella prefería el meh-dai. Y eso estaba bien. Lo importante era que nuestra hija recibía amor y contacto desde dos estilos únicos, pero igualmente válidos.
Un lazo que transforma
Hoy, mirando hacia atrás, entendemos que el porteo fue mucho más que una herramienta de crianza. Fue un lazo transformador. Nos enseñó a escucharnos, a cooperar, a valorar los pequeños momentos. Nos permitió vivir una maternidad y paternidad activa, empática, real.
Nuestra hija crece sabiendo que mamá y papá están, que ambos la cargaron, la durmieron, la consolaron. Y eso quedará grabado no solo en fotos, sino en su memoria corporal, en su autoestima, en su forma de relacionarse con el mundo.
La crianza compartida no es solo dividir tareas: es multiplicar presencia, cariño y conexión desde el primer día.
Reflexiones finales
Criar en equipo no es sencillo, pero es profundamente gratificante. El porteo nos ayudó a encarnar esa decisión: estar juntos, al mismo nivel, cuidando, acompañando y creciendo como familia. No hay una única forma de criar, pero sabemos que para nosotros, esta ha sido la más humana y transformadora.
Ojalá más familias se animen a vivir esta experiencia. Que más padres descubran que también pueden portear, cuidar, consolar. Que más madres sientan el alivio de compartir, de descansar, de confiar. Y que los bebés del mundo crezcan en brazos que se turnan con amor, con conciencia, con ternura.
Porque cuando se cría desde el amor y se sostiene desde la igualdad, se construyen hogares donde todos florecen.