Lo que el porteo me enseñó sobre ser papá
Feliz Día del Padre - Historia escrita desde la voz de un papá Kangutingo
Antes de convertirme en padre, no imaginaba todo lo que implicaba ese rol. Sabía que requeriría tiempo, responsabilidad y entrega, pero no estaba preparado para el impacto emocional que tendría en mí. Fue a través del porteo que descubrí una nueva dimensión de la paternidad. Esta historia es un regalo por el Día del Padre, no solo para celebrarnos, sino para invitar a otros hombres a mirar la crianza activa desde el corazón.
El nacimiento de mi hija marcó un antes y un después. Mi pareja y yo nos preparamos durante el embarazo, leímos libros, asistimos a talleres y compartimos largas charlas sobre cómo queríamos criar. Pero ninguna teoría puede prepararte del todo para ese primer instante en el que la sostienes por primera vez. Fue allí donde entendí que tenía que estar presente, no solo como apoyo, sino como pilar activo.
El porteo: un acto de amor cotidiano
Fue mi pareja quien me habló del porteo. Al principio, lo vi como algo práctico: llevar a la bebé cerca, tener las manos libres, evitar el carrito. Pero con el tiempo, comprendí que era mucho más que eso. El porteo se convirtió en nuestro primer lenguaje, en una forma de decirle “aquí estoy”, sin necesidad de palabras.
Al usar el fular ergonómico, sentía su respiración, su calor, su peso confiando en mí. Me ayudó a leer sus señales, a entender cuándo tenía hambre, cuándo necesitaba dormir o simplemente contacto. Esa conexión me transformó. Me convertí en un papá presente, en un sostén emocional real para ella.
Portear a mi hija fue aprender a escuchar sin palabras y a sostener con todo el cuerpo. Fue entender que ser papá es también saber contener.
El porteo cambió mi visión de la paternidad
Antes creía que lo principal era proveer. Tener un buen empleo, estar ahí los fines de semana, participar de vez en cuando. Pero al vivir el porteo, entendí que la presencia emocional es tan valiosa como la económica. Al tener a mi hija cerca, descubrí que podía ser su refugio, su espacio seguro. Mi pecho se convirtió en su lugar de descanso, mi caminar en su arrullo diario.
Nunca imaginé cuánto podía aprender de un gesto tan simple. El porteo me enseñó a detenerme, a bajar el ritmo, a estar en el presente. Mientras la portaba, no había celular ni prisa ni multitareas. Solo estábamos ella y yo, compartiendo el instante. En esas caminatas, en esos silencios compartidos, me sentí más padre que en cualquier otro momento.
Hombres que crían: una revolución silenciosa
Sé que todavía hay quienes creen que los hombres no saben cuidar. Que estamos para “ayudar”, no para criar. Pero cada vez somos más los que rompemos con ese molde. El porteo fue mi forma de tomar un lugar activo sin pedir permiso. Fue mi manera de decir: “yo también puedo cuidar, también sé amar, también quiero estar”.
Recuerdo que al principio sentía que la mirada de otros me evaluaba. Un hombre con un bebé pegado al pecho, abrazado con un fular, no es la postal que muchos esperan. Pero esas miradas se desvanecieron ante la sonrisa de mi hija, su calma, su bienestar. Supe que lo estaba haciendo bien.
En un momento de duda, encontré un texto que me reafirmó en este camino: Criando con amor, sosteniendo con firmeza. Me identifiqué profundamente con esa historia y supe que no estaba solo. Que hay toda una comunidad de padres que, como yo, eligen criar desde la conexión.
No se trata solo de cargar a tu bebé, sino de construir un puente de afecto y presencia desde el primer día. Eso es portear.
Confianza, seguridad y apego: lo que ganamos portando
El porteo no solo benefició a mi hija. También me transformó como hombre, como pareja y como persona. Me dio seguridad. Me ayudó a generar apego seguro con ella. Fortaleció mi vínculo de pareja, porque compartir la carga –en todos los sentidos– nos unió aún más. Y me mostró que la paternidad presente es una fuente inmensa de crecimiento.
Hay muchas dudas al empezar. Yo también me pregunté si era seguro portear, si lo estaba haciendo bien, si mi espalda resistiría. Pero informándome, eligiendo bien el portabebés (como los de Kangutingo), y pidiendo ayuda cuando lo necesitaba, todo fue más claro. Hoy lo recomiendo con la certeza de alguien que lo vivió.
Los recuerdos que llevamos puestos
Una de las cosas que más atesoro de estos primeros años es esa imagen: ella dormida sobre mi pecho, su cabecita apoyada, mi brazo rodeándola. Es un recuerdo que llevo puesto, literalmente. Me emociona pensar que ella también lo recordará en algún rincón de su cuerpo, en su forma de confiar, de amar, de sentirse segura.
El porteo no es solo para mamás. No es un acto menor ni algo accesorio. Es una herramienta poderosa para construir vínculos desde el inicio. Y como padre, fue la vía más directa que encontré para estar realmente ahí, para amar con el cuerpo y con el alma.
A todos los padres: no duden en portear. Es una forma de celebrar la paternidad desde lo más profundo. Dejen que sus hijos los recuerden desde el abrazo.
Reflexiones finales: Feliz Día del Padre
Hoy, en este Día del Padre, no quiero regalos materiales. Ya tengo el mejor: el privilegio de portarla, de criarla, de aprender a ser papá junto a ella. Este camino no ha sido perfecto, pero ha sido auténtico. Y eso, creo yo, es lo que nuestros hijos más necesitan.
Ser padre me ha enseñado que la ternura no es debilidad, que la firmeza puede ser amorosa, y que el porteo puede ser una revolución emocional en cada familia. Gracias a mi hija por elegirme. Gracias al porteo por enseñarme. Y gracias a quienes, como Kangutingo, promueven una paternidad más humana, más cercana, más real.
Feliz Día del Padre a todos los que portan, cuidan, abrazan y sostienen. A todos los que crían con amor y con presencia. ¡Somos más de los que creemos!